Qué son y cómo se originan los apegos alimenticios

20 enero, 2020

Los apegos alimenticios están estrechamente relacionados con nuestro día a día y nuestras vivencias emocionales en la mayor parte de los casos. Pero también pueden ser síntoma de algún tipo de carencia a nivel nutricional que nos impulsa a ingerir determinados alimentos de manera compulsiva. Te explicamos un poco más acerca de este tipo de anomalías en la alimentación para comprender mejor los porqués y su origen.


¿Qué son los apegos alimenticios?

Hablamos de trastornos alimentarios asociados a ciertas carencias de diferente origen. Pueden deberse a carencias de algún nutriente, o pueden estar directamente relacionadas con trastornos de otro tipo, como los de carácter emocional, que se manifiestan a través de la comida.

Y es que no es incompatible sentir un vacío en el estómago real con experimentar la sensación en el cerebro de tener hambre. Pero, cuando hablamos de apegos, hablamos de una situación que se repite en el tiempo y que puede llegar a afectar a nuestra salud.

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No se trata, en consecuencia, tanto de cubrir la necesidad con el alimento pertinente, sino de hacerlo con el que creemos que nos va a calmar la sensación, generalmente, de ansiedad o estrés. Los nutricionistas no han elegido el término al azar: este trastorno no tiene que ver con el cuadro de una persona con desnutrición, sino con el de quien está extrapolando al terreno de la nutrición algún tipo de problema normalmente de carácter emocional. Un problema que puede derivar de su relación en sí con determinadas comidas o las asociaciones de ideas que hace con algunas de ellas.

Existen no obstante determinados hábitos en nuestra conducta alimentaria que pueden también poner de manifiesto otro tipo de trastorno. Beber en exceso agua, de manera prácticamente continua, puede estar desvelándonos que quizá padezcamos diabetes.


¿Cómo se originan?

El origen de los apegos alimenticios se encuentra en la constatación de unas carencias que van a tener que ver con cualquiera de las dos partes en las que, a grandes rasgos, se divide nuestra salud: la física y la mental.

Como trastornos alimenticios que son, se producen respecto a una estabilidad perdida. Conviene analizar qué nos puede provocar la ingesta de un determinado alimento, en qué momento creemos que hemos podido comenzar con este apego y posibles causas en general.

Si el desequilibrio proviene de la salud física, trataremos de paliarlo mediante el recurso a alimentos que creemos que recuperarán el estado natural de nuestro cuerpo.

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Existen aquellos que no pueden saltarse su aperitivo, en ocasiones con alcohol incluso entre semana, aunque no tengan hambre. También los hay que, después de hacer deporte un viernes por la noche, interiorizan que deben comer proteína e hidratos, para ganar potencia y músculo. Pero lo hacen en exceso y no siguiendo una dieta determinada, en vez de comer para recuperarse.

Por lo que respecta a quienes buscan en la comida el antídoto de los problemas psicológicos, sobresalen los casos de quienes, sintiéndose deprimidos, deciden recurrir a diferentes productos con alto contenido en azúcar, especialmente aquellos con azúcares refinados.

Peores contextos son los de las personas que, sufriendo decepción o euforia, recurren a tomar alcohol y estimulantes en grandes cantidades para, de alguna manera, olvidar temporalmente los inconvenientes que los acucian.


¿Cómo se tratan los apegos alimenticios?

Las conductas descritas son susceptibles de ser tratadas por psicólogos y nutricionistas. La detección temprana, de hecho, proporcionará más margen para el éxito de los tratamientos que se prescriban a quienes padezcan estos trastornos. Si se cogen estos problemas con el tiempo suficiente, los afectados no sufrirán las consecuencias de la obesidad, la ansiedad u otros trastornos alimenticios más graves.

Así que la primera clave para resolver estas carencias afectivas pasa por reconocerlas. Poner en orden los pensamientos acerca de la vida permitirá dejar de afrontar las comidas como una vía de escape. Es conveniente también confiar en alguien de nuestro círculo más cercano y preguntarle opinión para tomar cierta perspectiva sobre lo que nos preocupa.

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Una vez hayamos tomado la decisión de afrontar nuestros apegos, será el momento de encauzar la dieta. Se desecharán los vicios alimenticios anteriores y se prescribirán buenos hábitos en materia de nutrición. No significa que no volvamos a probar los alimentos implicados nunca más; sino que lo haremos de la forma adecuada y podremos, además, volver a disfrutarlos como en un principio.


La importancia de comer bien para remediar trastornos alimenticios

Un mal hábito alimenticio, por ejemplo, es el relacionado con comer snacks o productos ultraprocesados. Como todos los alimentos que son consumidos para sobrellevar estados emocionales carenciales, generan una dependencia que cada vez se va haciendo más fuerte. Ésta se manifiesta de una manera obvia en nuestra salud, no sólo por sobrepeso, sino por todos los trastornos asociados.

Igual que la tolerancia que nuestro organismo experimenta ante sus efectos perniciosos. En lugar de saciarnos con los bocados justos, sentimos que cada vez necesitamos dosis o raciones más grandes de estos alimentos.

Una alimentación completa y equilibrada es, junto a la realización moderada de ejercicio físico, una de las bases de un modelo de vida sana. Este plan de nutrición ha de contener aportaciones ponderadas de todos los micronutrientes (vitaminas, minerales, fibras, etc.) y macronutrientes (hidratos de carbono, grasas, proteínas…) básicos.

En este sentido, la cocina emocional nos ayuda a disfrutar de una dieta saludable con la impresión sensorial de los alimentos que nos generan sentimientos positivos. Trata de identificar tus apegos alimenticios y ponles solución mediante una dieta sana que te permita también disfrutar de la cocina y del placer de comer.

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